Su Excelencia Rev. Mons. Jorge Solórzano Pérez, Obispo de la diócesis de Granada, meditó en su homilía  de este primer domingo de Cuaresma que: “El desierto de la tentación es un tiempo fuerte de la pedagogía de Dios.  Quien camina en la fe debe saber que también la prueba es escuela de Dios y de su Espíritu; y que sin esta escuela la fe corre el riesgo de transformarse en la pretensión de capturar a Dios y de reducirlo a los mezquinos esquemas de nuestras expectativas humanas. Para la oración y para la vida  -No me dejes caer en la tentación -, así deberíamos orar con fe, recitando la oración de Jesús en el Padre Nuestro. No pidamos que nos libre de la tentación y de la duda (ni siquiera Jesús, María y los santos se vieron libres de ello), sino que nos sostenga con su gracia en el momento de la prueba”, sostuvo.

 

“El Señor Jesus fue bautizado, y después del bautismo fue tentado, ayunó cuarenta días, después de cuarenta días tuvo hambre. ¿Por qué fue tentado? Porque si él no hubiera vencido al tentador, ¿cómo habrías aprendido vos a luchar contra él maligno? Sintió hambre, y enseguida viene el tentador:- Si eres el Hijo de Dios, di a estas piedras que se conviertan en pan-”

 

“Si te encontraras en algún apuro, y te sugiriera el tentador lo siguiente: siendo tú cristiano, y perteneciendo a Cristo, ¿cómo es que ahora te deja abandonado? ¿No tendría que haberte enviado algún auxilio? Interpela el obispo. Tras responder “Piensa en el médico cirujano: en un momento preciso saja, y por ello parece que te abandona; pero no, no te abandona. Como le sucedió a Pablo: No fue escuchado en cuanto a quitarle el aguijón de su carne, un ángel de Satanás que lo abofeteaba; y dice:  –Por eso, tres veces rogué al Señor que lo apartara de mí, y me respondió: Te basta mi gracia, puesto que la virtud se perfecciona en la flaqueza– “, citando el pasaje de las Escrituras.

 

“Jesús es tentado, y también nosotros sus discípulos somos tentados. Hay que tener presente que la tentación, en sentido bíblico, no es simplemente el impulso inmediato a hacer algo malo. Es mucho más que eso. Es la tentación de dar marcha atrás, de no responder al proyecto que Dios tiene sobre cada uno de nosotros; de retirarnos del compromiso que la Iglesia, la sociedad, el mundo nos piden. Es la tentación de hacer como el avestruz, de esconder la cabeza bajo el ala”, manifestó el Prelado.

 

 Existe una relación muy estrecha entre el camino de nosotros sus discípulos y el desierto de la prueba.

“El rostro misterioso de Dios, su luz y su ardor han expresado desde siempre una atracción y un deseo para el creyente. Pensemos en el episodio del Antiguo Testamento de la zarza ardiente y de Moisés, que quiere conocer al Dios que le manda; pensemos en San Agustín, que confesaba con palabras ardorosas la inquietud de su propio corazón y su anhelo por conocer a Dios: «Nos has hecho, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que repose en ti» (Confesiones, 1,1). “, argumentó Mons. Solórzano.

En este sentido, dijo que “La misma fe genera en nosotros sus discípulos una sed inextinguible de Dios. Pero precisamente esta pasión por Dios se purifica continuamente. A Elías, que le demostraba su  –ardiente pasión– por él, Dios mismo le ordena que salga al descubierto, que salga del escondrijo de su caverna, y repite la pregunta del discernimiento:  -¿Qué haces aquí, Elías? –(1 Re 19,9)”, observó el eclesiástico.

“ Hay una relación muy estrecha entre la fe que crece, el desierto y la tentación, que maduran y robustecen la misma fe: y aquí por desierto entiendo decir – como es propio de la tradición bíblica y patrística – el lugar en que el hombre está él solo, sin soportes o superestructuras engañosos; el lugar de la lucha contra el maligno y contra las tentaciones, pero también el lugar de su encuentro con el Señor”

“El desierto es el ambiente de la acción pedagógica de Dios en los enfrentamientos con su pueblo. En el desierto Israel crece y madura en su fe, hasta el punto de aprender, según la palabra del Deuteronomio 8,3, -que no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca del Señor -. Bajo esta luz, el desierto, las tentaciones que sufrimos nosotros son las    mismas”,  enfatizó el Jerarca.

“Dudas de la fe; las tentaciones del egoísmo, del orgullo y del placer; el instinto del acaparamiento de las personas y de las cosas: de cualquier forma que se interpreten, las tres tentaciones de Jesús no son otra cosa que todas las tentaciones posibles enumeradas no según la fatalidad, sino según la providencia. Hay una misteriosa interacción entre el camino nuestro como discípulos y la tentación, a la que nos encontramos continuamente expuestos”

 

A pastores y fieles, como Cristianos y familia los invito a pedir siempre a Dios que nos sostenga en las tentaciones, les llamo la atención sobre algunas:

 

  1. La tentación de dejarse arrastrar y no guiar. Tenemos el deber de guiar a la grey, la familia, los alumnos, conducirlos hacia verdes prados y a las fuentes de agua. No podemos dejarnos arrastrar por la desilusión y el pesimismo: Pero, ¿qué puedo hacer yo?. Puedes estar siempre lleno de iniciativas y creatividad, como una fuente que sigue brotando incluso cuando está seca. Saber dar siempre una caricia de consuelo, aun cuando tu corazón está roto. Saber ser padre cuando los hijos te tratan con gratitud, pero sobre todo cuando no son agradecidos. Nuestra fidelidad al Señor no puede depender nunca de la gratitud humana: «Tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará» (Mt 6,4.6.18).

 

  1. Que nos sostenga en la tentación de quejarse continuamente. Es fácil culpar siempre a los demás: por las carencias de los demás, las condiciones eclesiásticas o sociales, por las pocas posibilidades. Sin embargo, el cristiano catolico es aquel que con la unción del Espíritu transforma cada obstáculo en una oportunidad, y no cada dificultad en una excusa. Quien anda siempre quejándose en realidad no quiere Por eso el Señor, dice: fortaleced las manos débiles, robustece las rodillas vacilantes.

 

  1. La tentación de la murmuración y de la envidia. Y esta si que es mala, el peligro es grave cuando, en lugar de ayudar a los pequeños a crecer y de regocijarse con el éxito de sus hermanos y hermanas, nos dejamos dominar por la envidia y nos convertimos en uno que hiere a los demás con la murmuración. Cuando, en lugar de esforzarte en crecer, te pones a destruir a los que están creciendo, y cuando en lugar de seguir los buenos ejemplos, los juzgas y les quitas su La envidia es un cáncer que destruye en poco tiempo cualquier organismo: «Un reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir» (Mc 3,24-25). De hecho, no lo olviden, «por envidia del diablo entró la muerte en el mundo» (Sb 2,24). Y la murmuración es su instrumento y su

 

arma. 4. :La tentación de compararse con los demás. La riqueza se encuentra en la diversidad y en la unicidad de cada uno de nosotros. Compararnos con los que están mejor nos lleva con frecuencia a caer en el resentimiento, compararnos con los que están peor, nos lleva, a menudo, a caer en la soberbia y en la pereza. Quien tiende siempre a compararse con los demás termina paralizado. Aprendamos de los santos Pedro y Pablo a vivir la diversidad de caracteres, carismas y opiniones en la escucha y docilidad al Espíritu Santo.

 

  1. La tentación de endurecer el corazón y cerrarlo al Señor y a los demás. Es la tentación de sentirse por encima de los demás y de someterlos por vanagloria, de tener la presunción de dejarse servir en lugar de Es una tentación común que aparece desde el comienzo entre los discípulos, los cuales —dice el Evangelio— «por el camino habían discutido quién era el más importante» (Mc 9,34). El antídoto a este veneno es:

«Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos» (Mc 9,35).

  1. La tentación del individualismo. Es la tentación de los egoístas que por el camino pierden la meta y, en vez de pensar en los demás, piensan sólo en sí mismos, sin experimentar ningún tipo de vergüenza, más bien al contrario, se La Iglesia es la comunidad de los fieles, el cuerpo de Cristo, donde la salvación de un miembro está vinculada a la santidad de todos, hoy necesitamos para ser creíbles dar el signo de la sinodalidad, que podamos caminar juntos los sacerdotes y las comunidades. El individualismo es, en cambio, motivo de escándalo y de conflicto.
  1. La tentación de caminar sin rumbo y sin meta. Cuando uno pierde su identidad y acaba, como dice el dicho popular, por no ser ni chicha ni limonada. Vive con el corazón dividido entre Dios y la mundanidad. Olvida su primer amor (cf. Ap 2,4). En realidad, si cada uno de nosotros, incluidos nosotros los sacerdotes, si no tenemos una clara y sólida identidad, caminas sin rumbo y, en lugar de guiar a los demás, los dispersas. Nuestra identidad como hijos de la Iglesia es la de ser católicos, es decir parte de la Iglesia una y universal.

“Tener identidad es ser como un árbol que cuanto más enraizado está en la tierra, más alto crece hacia el cielo. Queridos amigos y hermanos que me escuchan, hacer frente a estas tentaciones no es fácil, pero es posible si estamos injertados en Jesús: «Permanezcan en mí, y yo en ustedes. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco ustedes, si no permanecen en mí» (Jn 15,4). Cuanto más enraizados estemos en Cristo, más vivos y fecundos seremos. Así conservamos la maravilla, la pasión del primer encuentro, la atracción y la gratitud en nuestras vidas, vida con Dios y en su misión”